La historia: escribí «Tras la Estela Infernal de Gustav» a los dos días, cuando el huracán recién salía de Pinar. Fue, como diría mi colega Albelo, el reportaje que uno nunca quisiera escribir.
Sobrevolar Gerona, ver el destrozo, bajar y caminar entre tanto escombro físico y espiritual me golpeó… Desesperada, la gente me contaba sus problemas como si yo pudiera resolvérselos, y era frustrante y algo embarazoso, sobre todo porque yo llegaba y al rato me iba, pero ellos se quedaban en aquel infierno…
Subí a un avión que traía salchichas de pollo y ayudé a descargarlas a hombres sin afeitar que llevaban casi 48 horas sin dormir; me encaramé en la famosa patana Enif, cuyas 368 toneladas entraron varios metros tierra adentro, y frenaron a pocos pasos de una casa, de cuyo segundo piso saltó hasta una vieja que vio acercarse la mole; subí hasta la torre de telecomunicacions, retorcida como un plástico derretido; vi las colas para comprar unas gallinas blancas a 10 pesos, y me preguntaba cómo, dónde y con qué las cocinarían; caminé por un hospital cuyos quirófanos quedaron al aire libre; supe de los miles de monos silvestres que murieron ahogados en un islote cercano; estuve en la parroquia donde evacuaron a los santos; compré galletas en una panadería sin techo; hablé a gritos entre la bulla de las sierras eléctricas; me pregunté mil veces de qué coño me quejaba yo…
Apoyado sobre una ventanilla del helicóptero, tomaba nota como un poseído, anotando las imágenes y las ideas que me sugerían. Por aquellos días andaba contaminado con «El Siglo de las Luces», y a las pocas horas escribí la crónica en el solar donde vivo, que nunca como aquel 3 de septiembre de 2008 amé tanto… Aquí se las dejo…
Tras la Estela Infernal de Gustav
Nueva Gerona, 3 sep (PL) La Isla de la Juventud es, hoy día, un gran lodazal repleto de “anfiteatros”: las construcciones con techo son una rareza aquí tras el devastador huracán Gustav, tan poderoso como la voluntad de los pineros para recuperarse.
Y si la vista desde el helicóptero MI8 adelanta un panorama dantesco de destrucción y ruina, las vivencias en tierra firme conmueven por su dolorosa mezcla de drama humano, desespero, pérdida y, pese a todo, ánimos para emprender una reconstrucción monumental.
Porque algo resulta obvio para cualquier testigo del desastre: la Isla tiene que empezar de cero, literalmente, y su historia será contada con un Antes y un Después de Gustav.
Para quien conoció la verdeazul transparencia de la plataforma insular pinera resulta chocante ahora el turbio litoral, surcado por grises restos marinos, que reciben a los recién llegados.
Desde lo alto la Isla luce ocre, mustia, opaca, en contraste con el intenso verde que solía predominar en sus promontorios y llanos, antaño tapizados con palmares, platanales y bosques policromos.
Todo el verdor fue barrido por rachas de hasta 300 kilómetros por hora, que desmocharon las pocas palmas que quedaron en pie, dejando ralos los antiguamente tupidos y emblemáticos pinares.
Troncos, postes, penachos, cables, esquirlas de zinc, charcos aún sin evaporar o escurrir… muchas carreteras y caminos permanecen intransitables por las barricadas que esperan a ser recogidas.
En especial llama la atención la elevada afectación en los techos de viviendas, almacenes, escuelas y edificios que, en el mejor de los casos, perdieron su cubierta impermeabilizante de aluminio.
En el peor de los casos, la mayoría, las construcciones perdieron total o parcialmente su techumbre, desguareciendo lo poco que dejó el organismo ciclónico más trágico de la historia local.
Las canteras de mármol parecen más desoladas que de costumbre, y en terrenos baldíos aparecen desperdigadas gruesas vigas de acero y hormigón cual si fueran frágiles palitos chinos.
Dos torres lumínicas del estadio local -recién estrenadas para el campeonato de béisbol luego de años de obligado juego diurno- yacen ahora sobre la grama derecha, tras derribar parte de las cercas.
En los alrededores de la localidad de La Fe, la vegetación caída se pudre al sol, levantando un denso y asfixiante sopor que empeora el infernal calor imperante y enerva los enjambres de mosquitos.
Las vaquerías, granjas polleras y cochiqueras quedaron derruidas por la furia del viento, que cerca del río Las Casas levantó en vilo el tejado a dos aguas de una instalación, depositándolo varios metros más lejos, como un libro abierto bocabajo en el fango.
Los árboles más flexibles fueron doblados por las rachas y los más recios quedaron mancos, pero los sembrados parecen la pista de baile de gigantes fanáticos tras un sarao infernal.
La experiencia de sobrevolar la Isla de la Juventud tras el paso de Gustav deja la amarga sensación de ser testigo de un bombardeo, de una ciudad arrasada, segada, condenada…
Basta poner los pies en la tierra para retractarse y comprobar que ni siquiera la ira de la naturaleza es capaz de someter el espíritu de sus moradores, que se entregan a las labores de recuperación sin llorar más de lo humanamente necesario.
Gracias, Charlieontheweb, por aclararnos la fecha… , me alegra saber que mejora la situación en el lugar…
No obstante, insisto: El gobierno debe volcarse a construir edificaciones anti-huracanes!
Esas tejas que se reparten a los damnificados son pan pa hoy y hambre pa mañana…
¿De cuándo es esta crónica? Quiero suponer que es del año pasado. Aunque no me sorprendería que tal sea el panorama actual de la Isla, 12 meses después del desastre…
Puxa que necesitamos empezar a construir contra huracanes ya!!
Puxa, lo olvidaba… que no tenemos economía pa eso, que no tenemos economía pa ná!!
Puxa que estamos jodíos……………………..
PS del Autor: Capi y a Todos, debí advertir que esta crónica la escribí dos días después de Gustav… La cosa está jodía, pero la Isla ha mejorado en un año…