Buscando la Redención…

Septiembre, mes de la calabaza. Septiembre, temazo de Earth, Wind and Fire. Septiembre el mes que nací yo, que nació Yaima, que nos casamos el domingo que llegué a los «tá» y Juanes cantó en La Habana… El mes en que hace ya 10 años cambió la historia de la humanidad…

Aquel 11 de septiembre amanecí en la Facu, y enfrente ponían flores en el busto de Allende, con su macabra mano saliendo del pedestal. Solté par de pujos al respecto y pensé que sería un día más, que se olvidaría hasta el siguiente aniversario de la tragedia chilena. Craso error…

Al mediodía estábamos todos invadiendo el sancto sanctorum de Cori, mirando con pavor y sin vislumbrar su magnitud, aquellos aviones estrellándose con fatal parsimonia en las Torres Gemelas, aquellos desesperados saltos al vacío, el negro muro de polvo, pánico y muerte…

Y tuve miedo. Miedo porque comprobé que la existencia es frágil, y que bastan segundos para apagarla sin reseteo posible. Pero sobre todo, porque intuí que aquello traería cola: la cogen con Cuba y hasta ahí las clases, pensé… la puta guerra, adiós a mis sueños…

Vinieron meses tensos, muy tensos… Osmany me soltó un día «Mi hermanito, que tiren las bombas si van a tirarlas, pero que acabe de pasar lo que vaya a pasar«… Tiempos duros, de sigilo e incertidumbre en medio de un incendiario fuego cruzado que acabó con más de un nervio…

Al final aquello pasó, como todo, pero sin dudas marcó a la humanidad y nos puso a mirar la vida de otra manera. Al menos yo puse mi vida en perspectiva aquel septiembre de 2001…

Exactamente 10 años después, vuelvo a replantearme muchas cosas. Debo admitirlo: 2011 ha sido el peor año de mi vida. Un año adverso, decepcionante, triste, estresante, hiriente… Un año en que afloró el Charly que nunca quise ser, un jodío míster Hyde que voy a exorcizar sí o sí…

A ver, que quizás estoy siendo demasiado dramático… No asesiné ni delaté a nadie, no robé ni serruché pisos, no envidié ni metí cizaña, e incluso me gané el pan honradamente, pero fui autodestructivo, caí en reacciones degradantes, y dejé que la pasión aplastara la razón…

Y lo peor, caí muy bajo no porque me empujaron, sino porque me arrojé sin percatarme de la insensatez de no quererme a mi mismo… Y en esa caída descuidé a mis verdaderos amigos, lastimé a gente que quiero demasiado, y me hice un daño que para qué contarles…

Pero pienso que nunca es tarde para la redención, y estoy decidido a lograrla. Y no voy a enclaustrarme en un monasterio budista, ni a servirle de testigo a Jehová, ni a hacerme yabó, ni a pegar brincos y vociferar alabanzas al Señor en una Disco Cristo de barrio…

Tampoco voy a escribir poemas patéticos para que Feliciano los musicalice, ni voy a leerme las perogrulladas de Deepak Chopra, ni a gastar un segundo más en un pasado que ya no tiene vuelta atrás, en vez de ponerme para un futuro que me dará lo que yo coja: ni más, ni menos…

Lo primero era darme cuenta y ya me di -durísimo- pero me di. Lo segundo es perdonar y perdonarme. Aceptar (me), respetar (me) y amar (me). Sin rencores ni amargura. Avanzar.

Al final… ¿de qué me quejo? Tengo la dicha de querer y ser querido por gente que vale oro-Yaima, Lázaro, Zeus, Susel, Boris, y muchos más-,  y por ellos, y por mí, hoy comienzo nuevamente a andar…