Maldita Habana sin «gá»

Los caminos del Señor son como ciertas políticas de cuadros: insondables…
Pero el Tipo sabía lo que hacía cuando, sin una razón aparente, me dio por echar cuatro tomates maduros en la mochila. ¿A santo de qué? Sabe Dios… Lo cierto es que cuando llegué a la pincha y supe que medio Vedado estaba sin gas, me sentí iluminado por una gastronómica epifanía: si no hay almuerzo, mataré el hambre a puro pan con tomate… Amén…
“Oe, mijo, ´tamo sin gá”, me dijo la vieja de los bajos. Vaya manera de amanecer la víspera del fin del mundo que nunca fue. Dicen que fue otra rotura en un viejo sistema de tuberías con ínfulas de Gruyere. Las pizzerías cerraron. La venta de cangrejitos de mermelada en la Calle E paró, desatando una crisis en los trabajadores de la zona, que se vieron sin el pretexto para sus tertulias de media mañana. Mucho café y pocas nueces alborotaron las gastritis, y el mediodía se acercaba sin una certeza de jama a la vista…
Ya para entonces el hambre había pasado de ser una incómoda brisa a una punzante canina, de esas que quitaban el sueño en las madrugadas de beca, y bastaba un buen milordo para aplacar. Bueno, la gente estaba ya que compraba en F y 23 panes con perros que de caliente solo tenían el nombre. Los maniseros hicieron su pan, y hablando de pan, yo compré par de barras suaves para abrirlas en canal y tapizarles la entraña con rodajas de tomate, burdamente cortadas con un cuchillo de mesa y salpicadas con una pizca de sal forrajeada en el comedor…
Ay chico que riiiiiico… Por algo le rendían culto el gran Vázquez Montalbán y su engendro, el gourmet Pepe Carvalho. “Uno al vino vino y al pan con tumaca”, pontificaba Sabina. Algunos llaman “pantumacas” a los catalanes, como si así los ofendieran. No jodan, si hay pocas cosas más sabrosas que un pan con tomate con aceite, sal y cebolla, o con mantequilla, o con mayonesa… Cualquier aderezo sirve, pero ninguno como el hambre, y esa a mi me sobra…
Cada cual tiene su receta. En España rayan el tomate y mezclan esa tripa con ajo macerado, para untársela al pan en rebanadas. Una vez lo hice, pero se me salía todo al morder, por eso volví a lo tradicional, que igual me embarro, pero menos. Por eso mismo tampoco aconsejo prepararlo con pan de corteza dura: tremenda cagazón de boronilla con pulpa…
Aunque al final hagan lo que les venga en gana. Sabido es que el que no se embarra, gente buena, no goza… Y total, seguimos sin “gá”…

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