¿Esto se jodió? Nah!

Confieso que, cubano al fin, yo también tengo un trauma con los aviones: casi nada me gusta y a la vez me aterra tanto como volar en ellos. No se me ocurren muchas cosas que provoquen en mí esa contradictoria dicotomía… El sexo loco y sin condón… No sé… Alicia Alonso…

Ya debería estar curado de espanto: he despegado 38 veces –38 veces más que la mitad de mis compatriotas, y cuidao-, y he aterrizado a salvo otras tantas, aunque hace poco, sobrevolando Groenlandia, una turbulencia me hizo creer que hasta ahí las clases…

He volado en Boeings-747 soportando a vietnamitas pueblerinos, en Airbus A-33 entre rusos borrachos y nórdicos colorados, en un Il-62 junto a glorias y mequetrefes deportivos, y en un Hércules militar lleno de indígenas con olor a Pachamama, rumbo a la selva del Chapare…

Volé en un avión presidencial que tras despegar empezó a soltar vapores condensados por la ventilación, y yo viéndome ya hundido en los pantanos cambas de Puerto Suárez, y volé en un helicóptero ruso donde enmudecí viendo desde arriba las ruinas de la Isla tras Gustav…

He probado todo tipo de catering, desde los primeros que me sabían a gloria comparándolos con la jama de la pincha, la única que comía durante mis días de alquiler,  hasta las actuales que me asquean, por insípidas y recalentadas, o quizás por viejo que me estoy poniendo…

Y sin embargo, sigo sin dormir la noche previa, pongo un vaso de agua sobre el frío y mami moviliza en Santa Clara al destacamento de refuerzo –San Martín, San Judas Tadeo y la Madre del Verbo Encarnado-, mientras yo entro el tubo pidiéndole resguardo a los Seres y las Cosas…

A veces me imagino a la Caridad del Cobre comentándole al niche del bote: “Ya está Charly jodiendo de nuevo… No le suspendo los fasters por su socio Elegguá, pero me la tiene ensangrentá como las calles de Santiago…”. Ay Cachita, si aquí hasta Ho Chi Minh se monta conmigo…

Las estadísticas demuestran que hay más probabilidades de matarse en una carretera que en un avión, pero a esa hora yo solamente pienso que si al tipo le da por caerse, las probabilidades de sobrevivir son nulas. Y el estómago me brinca como si descubriera al amor de mi vida…

Pero siempre la fascinación del descubrimiento o las urgencias materiales, pueden más que el miedo a morirse. Porque al final es eso, miedo a la posibilidad de matarse, lo que pone nerviosa a la gente y la empuja al ridículo con tal de sentirse a salvo del destino…

Una cosa es cierta: la yagua que está pa uno, no hay vaca que se la coma… Y parafraseando a Lenny Kravitz, esto se jode cuando se jode…

Por ejemplo, hace unos meses, un vejete predicador podrío en dinero pronosticó que el 21 de mayo, justo a las 6:00 de la tarde, llegaría el Principio del Fin… Un tronco de sismo quebraría el mundo y comenzaría una cuenta regresiva de cinco meses hasta el Apocalipsis…

Y como el crédulo anda sato, vino la histeria: miles de personas donaron a Harold Camping los ahorros de toda una vida, como si el matusalén este fuera jefe de Despacho de Dios, y decidiera quién le ve la jeta al Altísimo, y quién no… Y al final no pasó nada…

Ahora dice que calculó mal, pero se embolsilló 80 millones de dólares a costa de gente cuyo único pecado es la falta de seso, pobres almas que caerán de nuevo, porque solamente tienen su fe para enfrentar cada día un mundo que no se habrá acabado, pero que bien jodío está…

Al final uno no sabe si tenerles lástima o restregarle el fiasco en la jeta por zanacos. Y como diría el Filósofo Popular, el mundo se acaba cuando se acaba, mañana o en 2012, o cuando Villa Clara sea campeón, o el puñetero día en que logre montarme en un avión sin persignarme…